Domus Cáliz

por si alguna vez no fuese posible vivir en otro lugar

11/1/09

La habitación del relato: Publicado en "Relatos para leer en el autobús"



Emisoras de radio

Para los compañeros de micrófono


A todo el mundo le interesa la fama, eso es indiscutible. Queremos saber qué sienten los que se encuentran en la cumbre de su carrera, y queremos conocer también cómo fue el camino que les llevó hasta allí. Algunos incluso creen que ahí se esconde un gran secreto, la clave de la felicidad tal vez. Pero yo creo que no es para tanto; que el triunfo y el fracaso no se diferencian demasiado. Que si nos fijamos bien, en el fondo son dos caras de la misma moneda.
Quizás aclare algo más, si cuento que cuando comencé mi carrera hace veinte años, yo era un periodista de segunda en una emisora de provincias. Ya se sabe cómo son las radios pequeñas, hay poco personal y se dispone de escasos medios. De manera que había días en que tenía que hacer de productor del programa, como había otros en los que ejercía de locutor frente al micro, y alguno, de técnico de sonido en la cabina de control. Hasta de mujer de la limpieza, si era necesario.
Un día en que una epidemia de gripe había diezmado a los compañeros que trabajaban en la emisora, me encontré con que debía hacer el magazine de la mañana en directo, y no disponía de nadie para manejar los controles de la cabina. No me apuré. Como el estudio era pequeño, podía decir unas frases en el micrófono, y a continuación salir disparado hasta la cabina para meter la sintonía del programa o los temas musicales que había preparado. Durante la segunda hora del programa, estaba previsto realizar una entrevista a un invitado, y en mitad de la misma era obligatorio insertar un bloque de anuncios. La publicidad es al fin y al cabo la que paga, y por tanto, es la que manda. Eso no se discute ni en las emisoras pequeñas, ni en las grandes.
Comencé la entrevista y, cuando llegó el momento, dejé formulada la pregunta al invitado y corrí hacia la cabina de control. Desde el otro lado del cristal, mediante señas, le advertí que estuviese tranquilo, que no tardaría en volver. Si bien, resultaba evidente que aquel personaje, que tan seguro se mostraba segundos antes, al encontrarse sin mi presencia ni mis comentarios, parecía vacilante e inseguro en sus respuestas.
Aquello despertó mi curiosidad. Bajé al archivo de la emisora y elegí algunas cintas con programas antiguos. Durante varias semanas estuve escuchando las entrevistas que habían realizado otros compañeros, y comprendí que cuanto más importante era el sujeto, cuanto más rutilante su figura, más necesario era que se reflejase su personalidad en el entrevistador. Daba igual que fuese un político, un cantante de moda o alguna de esas figuras del mundo de la farándula cuyo único mérito es la popularidad. Para mostrar esa imagen de personaje público al que todo el mundo desea conocer, resultaba imprescindible que alguien les hiciese de espejo.
Puede que todo esto les parezca una solemne tontería, las fantasías propias de un presentador que después de tantos años frente al micrófono quiere seguir sintiéndose protagonista a cualquier precio. Pero en aquel momento creí haber encontrado algo interesante, y me atreví a realizar un experimento. Tendí una trampa a un político local, uno de esos personajes que se creen imprescindibles porque llevan más años que nadie mandando, y a los que ya han entrevistado centenares de veces en todos los medios de comunicación de la ciudad. Tras iniciar el programa, puse una excusa y le dejé sólo en el estudio para que él se presentara a los oyentes. Luego, debía responder a un cuestionario de preguntas escritas que le había dejado encima de la mesa.
Fue decepcionante y revelador. El tipo se marchó indignado y amenazando con recurrir a sus abogados. Ni qué decir tiene que me gané una sonora bronca por parte de mis jefes, y que a punto estuve de perder mi empleo. Y sin embargo, en la centralita de la emisora se recibieron algunas llamadas comentando la originalidad del programa.
En la siguiente ocasión que tuve, situé a una estrella de la música que estaba de gira por la ciudad, frente a un gran auditorio completamente vacío. Qué sinceras y honestas las respuestas que allí se dieron, libres del peso abrumador de la gran masa de público, de los aplausos y vítores a los que aquel artista estaba acostumbrado. De hecho, salio tan sorprendido, que a micrófono cerrado me confesó que había sido la entrevista más difícil que le habían hecho nunca.
Curiosamente, tras estos experimentos la audiencia de mi programa comenzó a subir. La gente llamaba para opinar, o para quejarse. Ya se sabe que en el mundo de los medios de comunicación, cuanto más extraña es una propuesta más polémica genera. Y cuanta más polémica, más audiencia.
Al cabo de unos meses la dirección de la emisora me cambió a un horario mejor, me proporcionó algún presupuesto y pude traer invitados de cierto prestigio. Continué con mis experimentos, con mis “locuras”, como las calificaban en la redacción. En la temporada siguiente, me llamaron para incluir el programa en la parrilla de la cadena a nivel nacional. Como consecuencia, las firmas patrocinadoras se disputaron un hueco en mi espacio y me nombraron manager de algo. Me aumentaron una barbaridad el sueldo, es lo que quiero decir.
De repente, sin causa ni aviso, surgieron algunos imitadores, y tal vez como consecuencia me concedieron premios y reconocimientos. En la mayoría de los casos abrumadores e inmerecidos, pero así son los premios. Los oyentes demandan otras formas de entrevistar, quieren puntos de vista diferentes y sucesos inesperados durante las emisiones, explicaban los estudiosos de la comunicación que se fijaron en mi programa. De la noche a la mañana mi presencia era reclamada en todo tipo de eventos, y mis opiniones se escuchaban con atención pese a que yo sabía bien que en ocasiones no eran sino solemnes tonterías. Pero, qué importa, siempre habrá alguien con un micrófono que esté interesado en oírte, que te considere impresionante o genial. Porque la fama es algo así como una maravillosa infección, de la cual todo el mundo desea contagiarse.
Gracias a ello gané mucho dinero, y durante dos décadas trabajé para una de las cadenas de radio más importantes de este país. Conocí por supuesto a decenas de personajes importantes, que mientras se ponían los auriculares estaban ya pensando en que fuese como fuese la entrevista que tenía pensado hacerles, debían dar la impresión de que estaban allí por algo, que su trayectoria les había llevado a un triunfo clamoroso.
Hasta que hace unas semanas, la empresa de comunicación más importante del país, rival de la mía, vino a ofrecerme una auténtica fortuna por hacer un programa en el que me entrevistase a mí mismo. Dijeron que querían indagar en las nuevas formas de comunicación que yo había abierto. Aunque es más probable que pensaran que con ese señuelo me estarían tendiendo una trampa, y que al aplicarme yo mismo mis teorías perdería el prestigio que había logrado.
El caso es que siempre he sido temerario, y accedí. Cuando esta mañana me he encontrado en el enorme estudio de radio, sólo frente al micrófono, he recordado que curiosamente, lo que yo quería decir con mi trabajo de tantos años, es que el éxito no se diferencia demasiado del fracaso, que son algo así como las dos caras de una misma moneda.
Por eso, he aprovechado mi autoentrevista, para anunciar que ha llegado el momento de retirarme. Que sólo aquel que abandona en la cumbre, puede decir que es un triunfador.

Seguidores

Datos personales

Archivo del blog